Casos destacados de persecución y difamación en la comunidad, con nombres propios (II)

Nueva York. Mauricio Hernández. Escribí recientemente un ‘artículo acertijo’ sobre la difamación al que le faltó el rigor periodístico de los nombres propios y los hechos. Tardé ocho años en escribirlo, no sólo por haber sido víctima también de los difamadores, sino por la dificultad de desenmarañarlos, en un vecindario ocupado más en salir adelante que en los últimos avatares del chisme y el bochinche en las esquinas.

Los colombianos en Nueva York somos una comunidad pujante, honesta, trabajadora y sin tiempo para estos oscuros pasajes del desprestigio popular a punta de teléfono. Son más de 20 personas, profesionales y empresarios que han sido víctima de infames calumnias y campañas de descrédito. Aquí vamos a citar solo algunos casos documentados que tengo en mi poder. 

El periodista Javier Castaño ha sido uno de los profesionales más ultrajados, difamados y perseguidos por su colega periodista Elizabeth Mora-Mass, que ha utilizado su ‘teléfono rojo’ para regar mentiras y cerrar el paso a políticos, empresarios, profesionales, especialmente periodistas.

La señora Mora-Mass ha llevado la difamación contra este periodista a su máxima expresión, al parecer solo por envidia; ella lleva mucho tiempo cometiendo los más viles atropellos contra este periodista bogotano, con más de dos décadas escribiendo en Nueva York y con siete años de antigüedad de su periódico, con una línea editorial que ha merecido el apoyo institucional de La Ciudad y el reconocimiento de los lectores de este condado.

La casa de Mora-Mass, a donde el ex presidente Alvaro Uribe acudía a mover los hilos de la política local (ya se imaginarán la transparencia y moral de los propósitos), se realizaron importantes decisiones para seleccionar a candidatos. Mora Mass ha tenido siempre un leal y fiel compañero, el señor Hugo Cartagena, cuya esposa, Luz Quintero, llegó a ser la representante del Centro Democrático en Nueva York. Ellos son la base de la difamación, a los que siempre ha estado unido el señor Rafael Castelar, conocido por su falta de seriedad, incumplimiento, especialmente en el robo de sueldos y otros asuntos.

Hay otros dos difamadores de reconocida y tampoco muy clara reputación, que son la señora Martha Rincón y su esposo Miguel, que no tienen sus negocios a sus nombres, por lo que es imposible reclamar deuda alguna a quienes han sido víctimas de sus abusos y engaños. Esos señores, que tienen una imprenta cerca de la Roosevelt con 83, “le deben a muchas personas, y no hay quién les cobre”, como nos dijo uno de los marshalls (comisarios), encargados de hacer cumplir los veredictos judiciales dictados por la ley y reclamar el dinero para las víctimas en las sedes de las empresas.

Los lectores me van a perdonar que no publique documentos ni pruebas, a la espera de presentarlos en los juzgados, si es que estas personas quieren clarificar todo en la tribunales de este país, que es donde la nueva realidad nos aconseja a llevar las diferencias. Debemos integrarnos también judicialmente. Como me decía el periodista Castaño, “Yo tengo mis balitas guardadas, para cuando haya que utilizarlas”. Pues yo también (balitas periodísticas)

Todos estos casos están documentados, a la espera de acudir a los juzgados con las pruebas, si hiciera falta. Han sido muchas las personas que se han visto afectadas por los difamadores, directa e indirectamente.

En el caso del Consulado de Colombia en Nueva York, me reafirmo en los peligros que corre la nueva cónsul, especialmente si los difamadores comienzan a susurrarle al oído a los funcionarios, creando desinformación y división en la Comunidad.

La jefe de prensa del Consulado, Jennifer Saavedra, ha mostrado una capacidad de trabajo y un ejemplo de lucha y superación personal admirable; su trabajo cultural también ha destacado, pero son muchas las voces que piden un cambio en este cargo, que parece eternizarse. Tengo admiración por Saavedra, pero no por las personas de las que parece rodearse, entre ellos algunos de estos líderes de la difamación.

No somos ni ‘el Papa’ ni las monjitas descalzas de la caridad, pero luchamos por limpiar la imagen de muchas personas que han sido difamadas (y me incluyo), no deben acercarse tanto a los oídos de los funcionarios consulares. Es una obligación de los jefes de prensa mirar con detalle el pasado de algunas personas en la comunidad, especialmente de los que ha tenido un pasado oscuro y son reincidentes en sus actos pocos transparentes. Mucho más con una comunidad a la que las diferencias sociales y el narcotráfico han lastrado la imagen de los colombianos en el exterior, donde residimos más de seis millones de personas.

Otro caso grave de difamación y persecución empresarial lo vivió el locutor Diego Fernando Galindo, la Voz Olímpica de Colombia en Nueva York. El periodista Oscar Cerón, que tiene una corporación llamada Olímpica Stereo USA, lanzó una campaña de persecución y difamación contra este empresario luchador, argumentando que la marca Olímpica es de uso exclusivo de él, cuando pudimos comprobar que los genéricos son impatentables.

Cerón visitó, llamó y acosó a varias empresarias y empresarios allegados a Galindo, con el argumento que Olímpica Stereo NY (de Galindo) no podía funcionar porque él tenía la patente universal de Olímpica Stereo USA. Estamos invitándolo a los juzgados de Nueva York.

Y como el camino es largo y ‘culebrero’, el señor Cerón terminó trabajando en comandita con el señor Cartagena y con el señor Rafael Castelar (que tendrá una nota aparte), dos socios inseparables, ya desde la época de las condenas y las celdas. Personalmente no tengo nada contra el señor Cartagena, pues él ya cumplió su pena de cárcel por narcotráfico, y es libre de desarrollar sus actividades profesionales, pero dentro del nuevo camino de la moral y la rectitud, especialmente cuando las nuevas generaciones de colombianos están accediendo a importantes cargos políticos.

Castelar ha levantado el teléfono para desacreditar a líderes y empresarios ante altas personalidades de la política, que creen que 19 años al frente del Desfile Colombiano de Nueva York le dan el poder político de destruir a cualquiera.

Fundar la Cámara de Comercio Andina, un emprendimiento de la señora Gloria Reyes (según me dijo ella, pero esto es otra historia) nos parece una gran iniciativa, que ayudará a fortalecer a los abandonados empresarios latinos de Nueva York, que tienen que luchar contra los elevados alquileres, las multas y la falta de apoyo bancario. Estamos muy pendientes de su evolución y de los eventos a realizar, para que cumplan realmente con las funciones y proyecciones trazadas, especialmente porque están implicadas personas de gran trayectoria y reconocimiento profesional.

Insisto, no somos el Papa ni las hermanitas descalzas de la caridad, pero como medio de comunicación estamos en la responsabilidad periodística y comunitaria de velar por los intereses de la mayoría, especialmente cuando son muy pocos los difamadores. Carlos Plaza, un publicista sin pelos en la lengua, me dijo “la comunidad es un barrio, nadie hablaba de ti, ahora lo están haciendo”. Conozco de las difamaciones desde hace ocho años, al margen de lo que diga Plaza, un gran profesional y de gran trayectoria entre los profesionales colombianos del barrio.

Un periodista debe mantenerse al margen de los sentimientos y las posibles inclinaciones que puedan restar credibilidad e imparcialidad en los escritos, pero han sido tantas las personas difamadas que he decidido despolvar esta mala practica que tanto daño ha hecho a la comunidad y a muchos profesionales honestos y luchadores. Ha sido muy difícil intentar mantener imparcialidad, cuando somos varios los afectados.

Los difamadores, ahora ya con nombre propio, si lo desean, nos vemos en los juzgados. Hasta la próxima…