Doctorado en Filosofía de la Comunicación, Restrepo recibió el reconocimiento el pasado 3 de noviembre 2017, en la sede de Naciones Unidas en Nueva York.
Perfil. Edad: 83 años Colombiano. Periodista durante 53 años. Autor de 28 libros sobre periodismo, ética periodística, dos novelas y ensayos. Los últimos: La nube plateada ( Ensayo.) Yagé: experiencias medicinales. (Reportaje) Laura: la mujer de las dificultades. El guardián del fuego. Novela Reportero de televisión durante 27 años.
Columnista en los diarios El Tiempo, El Espectador, El Colombiano y El Heraldo. Defensor del Lector en el diario El Tiempo y en El Colombiano. Maestro de la Fundación Nuevo Periodismo en los últimos 21 años.
Actualmente director de la revista Vida Nueva Colombia. Premio Nacional de Cultura de la Universidad de Antioquia. Premio Simón Bolívar a la vida y obra. Premio a La Excelencia Periodística, Gabriel García Márquez, de la FNPI. 2014. Doctor Honoris causa, de la Universidad san Andrés de La Paz, Bolivia. 2015.
Al referirse a su maestro, la periodista Diana Montoya dijo: “Cuando empecé en este oficio en el Noticiero 24 Horas, (finales de los 80) me pasó lo mejor que a un periodista en formación le puede pasar: trabajar de la mano del maestro Javier Darío Restrepo. Han pasado los años, nos seguimos queriendo y respetando profundamente, oigo sus sabias palabras con la misma atención y estar a su lado me reconfirma que ser periodista era lo que yo tenía que ser”.
Sobre su vida, les dejo esta crónica escrita por Isabel Mercado desde La Paz, que describe al ilustre maestro del periodismo colombiano.
Reflexiones periodísticas de Javier Darío Restrepo
“La única militancia permitida en el periodismo es la del servidor público”
Por Isabel Mercado. Una de las anécdotas que más ha contado en su vida es la que le relató un campesino boliviano en una de sus muchas visitas a Bolivia: “El día en que haya justicia será cuando en una mesa haya tantos panes como personas; no un pan menos, pero tampoco uno demás”. Javier Darío Restrepo (de 83 años) es, para un periodista, lo más parecido a un terapeuta: tiene a cada pregunta una respuesta y le gusta sobre todo reflexionar sobre los conflictos del quehacer informativo. Lo suyo, por lo que se lo conoce y consulta, y por lo que es una autoridad en el mundo del periodismo de habla hispana, es la ética; pero apenas con verlo y compartir una de sus pláticas, uno se da cuenta que es mucho más que eso. Para usar términos espirituales, es un gurú. Las verdades absolutas… Aunque respira periodismo hace más de medio siglo, Javier Darío se siente más cómodo dando respuestas que preguntando. Hace más de 20 años que dirige el Consultorio Ético de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, creada por Gabriel García Márquez en Cartagena, Colombia. Allí recibe y responde interrogantes todos los días, tanto por escrito como en vivo. Es también profesor, escritor de novelas y ensayos, columnista e infatigable conversador. En La Paz, en una visita de varios días para impartir un taller a estudiantes de la Fundación para el Periodismo, se brindó fraternalmente a ser bombardeado por preguntas de un grupo de periodistas con los que reflexionó sobre los dilemas del oficio. “No hay nada mejor que a uno le pregunten cosas, le hacen a uno el trabajo”, dice. Y a esos, a los dilemas de siempre, responde con la absoluta convicción que le dan los años y las muchas disquisiciones resueltas: “La ética se la dicta uno mismo. Es la obediencia a nuestra propia naturaleza”, sostiene y señala que, como amante de la etimología, le atrae el origen de la palabra “naturaleza”: aquello que uno trae puesto al nacer. “La ética es aquello con lo que nacemos y que nos impulsa a ser mejores; no es sólo apegarse a los códigos, es aspirar a la excelencia profesional y humana”. Entonces, entra a las aguas siempre turbulentas del ejercicio informativo, que tiene todavía entre sus dogmas el de la objetividad. Y lo derrumba: “No se puede ser objetivo, no se puede ser neutral, el periodista únicamente es un relator de los hechos, un eterno buscador de la verdad, con la convicción y con la humildad de que no posee la verdad. Yo soy un defensor no tanto de las verdades, sino de los hechos. Debe haber una cierta modestia necesaria en el periodismo”. Precisamente, en esa lógica escéptica, sostiene que “todas las verdades son provisionales” y que al periodista le corresponde reportar la verdad que corresponde a los hechos que presencia. “Es la gente la que, con estos elementos descriptivos, tiene que juzgar”. Más aún, Restrepo opina que la violencia en países como el suyo (Colombia) y la polarización que se vive, por ejemplo en Venezuela, se debe en buena parte a las verdades absolutas. “El peligro de las verdades absolutas es que nos ponen al borde de la intolerancia y lo peor que puede pasar es que sea el periodismo quien tenga en sus manos esas verdades absolutas”, afirma. En tiempos en que ese compromiso con la verdad se ve acosado por el reinado de la posverdad, se impone –señala- “la obligación de repensar nuestro oficio”. “Las prácticas de la posverdad, dominantes en la publicidad, en el ejercicio de la política, en el periodismo de sensación, en la cotidianidad, crean la sensación de que la posverdad llegó para quedarse y trastornar los patrones éticos de las personas y de la sociedad. Así sucede con la libertad, con la justicia, con la responsabilidad o con la generosidad, virtudes que tienen que ser cultivadas porque ninguna de ellas se desarrolla mecánicamente o por inercia; tienen que ser creación de cada persona. Las iniciativas diversas para denunciar noticias falsas y para destacar las verdades hacen parte de ese esfuerzo para consolidar una sensibilidad por la verdad y un rechazo por la mentira. En cambio, la resignación contribuye al estancamiento. Son dos las posibilidades ante la posverdad: una reacción para recuperar la verdad o la pasividad y tácita aceptación de la falsedad como patrón de vida”. Los amos del periodismo “No existe el periodismo militante (partidario). Si alguna militancia es permitida en el periodismo es la que está en su definición: servidor público”, dice Javier Darío Restrepo. Por ello, los temas que más ocupan sus reflexiones son los desafíos que imponen al periodismo la cultura digital y las crisis de sostenibilidad económica de los medios (especialmente impresos), que llevan a que muchos de ellos sean manipulados por intereses políticos o empresariales como alternativa de supervivencia. “El periodismo está en crisis de credibilidad; cualquiera que tiene un blog se siente capaz de informar; nos ven como mercenarios que se pueden financiar y reemplazar fácilmente. Por eso se debe apostar a sustituir las fuentes de financiamiento tradicionales que están vinculadas a los intereses políticos o empresariales. La única plataforma para un periodismo independiente es la de los suscriptores”, afirma y añade que la otra gran apuesta de los medios por recuperar la credibilidad son los contenidos y los proyectos periodísticos de investigación o aportes más allá de la coyuntura. Sin embargo, en medio de la incertidumbre y el escepticismo, Restrepo sigue creyendo en que el periodismo es consustancial a la democracia. “Sólo si deja de creer en su propio ideal de independencia el periodismo es prescindible”, dice. Por eso le gusta, volver una y otra vez a la anécdota sobre la justicia que le contó un indígena boliviano allá por los años 90: ni que sobre ni que falta, pero que busque lo justo. La verdad de los hechos en la medida de lo posible. Larga experiencia
- Experiencia Es maestro de la FNPI desde 1995. Experto en ética periodística, catedrático de la Universidad de los Andes y conferencista en temas de comunicación social. Ha sido columnista en El Tiempo, El Espectador, El Colombiano y El Heraldo.
- Méritos Premio a La Excelencia Periodística Gabriel García Márquez, de la FNPI, 2014. También fue nombrado Doctor Honoris Causa de la Universidad San Andrés de La Paz, Bolivia, en 2015.
Publicado originalmente en este link: http://www.paginasiete.bo/nacional/2017/10/30/unica-militancia-permitida-periodismo-servidor-publico-157572.html
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Les dejamos uno de los articulo de Javier Darío Restrepo publicado en el diario El Heraldo:
Año de mentira y odio?
Las elecciones, que pueden ser miradas como la fiesta de la democracia, cuando ningún ciudadano es más que otro porque todos están nivelados por el ejercicio del voto, se pueden convertir en lo contrario.
Venezuela lo acaba de vivir y su jornada electoral fue la imposición de la desigualdad y del poder arbitrario y humillante de que son capaces las dictaduras.
Aquí en Colombia tenemos la ilusión de estar lejos, muy lejos del caos venezolano. Sin embargo, no podemos estar seguros de lo que ocurrirá en el 2018: ¿será el año del odio y de la mentira?
El colega periodista que consultó si debía publicar o archivar la información que le había comunicado otro periodista sobre una grave acusación de corrupción contra un candidato, parece confirmar estos temores:
-¿Es segura esa información?
-Sí, es una fuente segura.
-¿Puedes publicar el nombre de esa fuente?
-No la puedo revelar porque me ha pedido la reserva de la fuente y se lo he prometido.
-¿De modo que para acusar a alguien no tienes más prueba que la palabra de una fuente sin rostro?
-Así es.
Alguien había echado a rodar la especie que había sido acogida o inventada por los opositores del candidato, y ahí ese rumor estaba a punto de alcanzar los honores de un titular.
Desde que los políticos descubrieron el potencial electoral de las falsas acusaciones, y la colaboración –a veces inconsciente– de los periodistas, la fiesta de la democracia se convirtió en un festín de la mentira; como lo comprobaron cuando ya nada podía hacer para enmendar el yerro, los periodistas que amplificaron las sensacionales afirmaciones falsas del candidato Trump. Hoy de buena gana rectificarían.
Junto con la mentira se multiplicarán, también como técnica preelectoral, las invitaciones e incitaciones al odio.
Esto no es nuevo. La política colombiana se ha movido a través de la historia impulsada por los motores del odio liberal conservador o viceversa. Frente a la minoría, que era de uno u otro partido que tuvo claras razones ideológicas, actuó la mayoría visceralmente conservadora o liberal en su rechaza emocional a los del otro partido. Hoy ese partidismo primitivo cuenta con la ayuda de la tecnología, de modo que se odia con lenguaje a instrumentos digitales. El lenguaje lleno de adjetivos y con un mínimo o ausencia total de ideas, impulsa sus mensajes a velocidad y con alcance digitales, de modo que nunca se había podido mentir y odiar con tanta eficacia como hoy, con la ayuda de la tecnología.
Es fácil prever lo que sucederá en un país en el que las elecciones se convierten en un festival del odio y de la mentira.
También es evidente que las instituciones poco pueden hacer para evitarlo. Pero también es claro que cada elector puede descontaminar de odio y de mentira su espacio electoral. Es la única defensa que queda.
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@JaDaRestrepo